martes, 19 de noviembre de 2013

España: reino o república

La monarquía y la república son, actualmente, las dos formas de Estado más extendidas en el mundo. Hace dos siglos, cuando cobraban fuerza los movimientos obreros que propugnaban el derecho de todos los hombres a participar en el gobierno de la nación, la monarquía era considerada incompatible con la democracia. Sin embargo, hoy en día existen países con regímenes democráticos en los que la jefatura del Estado pertenece a un monarca, que es considerado un símbolo de unidad, tradición y continuidad. Tal es el caso del Reino Unido, cuyos reyes fueron cediendo progresivamente sus poderes en beneficio de un sistema parlamentario y representativo.
No obstante, el caso de España es radicalmente distinto. Se puede afirmar que nuestra nación ha carecido de buenos reyes desde prácticamente el siglo XVI. La gloria del Imperio Español forjado por los Reyes Católicos comenzó a decaer durante los reinados de los Austrias Menores, que descuidaron el gobierno y lo dejaron en manos de validos, cuya mala gestión condujo al declive de España y a la pérdida de su hegemonía en Europa. Cuando el último Habsburgo murió sin descendencia, la dinastía Borbón accedió al trono de España. Con la sola excepción de Carlos III, un monarca ejemplar al que España debe muchísimo, el resto de reyes de la dinastía pueden definirse como un grupo de déspotas, traidores e incompetentes que llevaron a la total desintegración del imperio y a la ruina económica y social de España, que quedó relegada a una posición marginal en el plano internacional. Finalmente, Alfonso XIII abandona España en 1931, tras no haber sabido satisfacer las necesidades de los españoles ni hacer frente a la grave crisis mundial.

El actual monarca, don Juan Carlos de Borbón, fue elegido de acuerdo a la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado de 1947, que establecía que Francisco Franco nombraría a su sucesor a título de rey o regente. En 1969, tras haber sido aprobada la Ley Orgánica del Estado, el general escogió al nieto de Alfonso XIII para instaurar una nueva monarquía que no sería restauración de la anterior, sino surgida del 18 de julio de 1936. El recién proclamado Príncipe de España –que había declarado que jamás aceptaría la Corona mientras viviera su padre, al que Franco rechazó entregar el trono debido a sus discrepancias ideológicas– juró ante las Cortes lealtad al Jefe del Estado y fidelidad a los Principios del Movimiento Nacional y demás Leyes Fundamentales del Reino.


 Franco sentía un gran afecto por Juan Carlos, y se volcó en su preparación confiando en que, cuando él faltase, podría sucederle en sus funciones. Al morir él, el Príncipe fue proclamado rey tras volver a jurar, por Dios y sobre los Santos Evangelios, cumplir y hacer cumplir las Leyes Fundamentales del Reino y guardar lealtad a los Principios que informan el Movimiento Nacional.



Tres años después, sancionaba la Constitución de 1978, que, por cierto, nunca llegó a jurar para que su condición de perjuro no se hiciera más evidente.
La manipulación mediática a favor del rey ha ocultado el perjurio cometido y logrado que sea visto como el libertador indiscutible del pueblo español. Así, pocos saben que, para elaborarse la Constitución actual, fue necesario que las Cortes franquistas aprobasen la Ley para la Reforma Política y se disolvieran ellas mismas, impresionante episodio que fue posible debido a la predominancia de sectores aperturistas que creían que, muerto Franco, quien habría sentado las bases para una España con orden, habría llegado el momento de ir evolucionando hacia una democracia tutelada, en la que el Partido Comunista habría quedado fuera. Su legalización, entre otros sucesos, motivó el Golpe de Estado de 1981, cuyo fracaso consagró definitivamente al monarca. 
No obstante, lo sospechado por muchos es que en un principio el rey apoyó el golpe para que los militares no se sublevasen contra él, y después los traicionó para afianzar su puesto.


Treinta años después, la situación de la monarquía en España vuelve a ser controvertida: los escándalos de corrupción de la Familia Real y los errores cometidos por el propio rey han hecho que su índice de popularidad baje hasta límites alarmantes.
Los republicanos hablan de que una república nos saldría más rentable. Esto no es del todo cierto: la monarquía cuesta a los españoles 8 millones de euros, mientras que la república les cuesta a los franceses 103 millones, y a los italianos, 228. Los monárquicos españoles defienden al rey porque “nos trajo la democracia y es garantía de estabilidad”. Y si eso fuera cierto, la pregunta que tenemos que formularnos es si es justo que, sólo por eso, tengamos que estar manteniendo a una familia formada por los últimos representantes de una sucesión de inútiles que nos tuvieron hundidos en la miseria durante siglos. Y si no lo fuera,  ¿estaríamos preparados para una república? Nos encontramos ante un gran dilema, porque probablemente no lo estemos. La delicada situación en la que se encuentra España podría quebrantarse definitivamente si se proclamase la república. Significaría la victoria de todos aquéllos que lucen banderas tricolores y entonan el Himno de Riego: símbolos superiores de una etapa en la que se compendiaron todas las alteraciones, revoluciones y anarquía que nuestro país ha sufrido en su historia. Entonces, ¿cuál será el camino correcto para salir adelante? Sólo el tiempo lo dirá, pero la única manera será permanecer juntos.


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